jueves, 17 de marzo de 2011

Frustración


He escrito hasta el hartazgo sobre la velocidad del crecimiento que se experimenta en China todos los días. He mencionado cómo todos los días la estructura de las ciudades se modifica de manera tal y a tal velocidad que por donde uno está acostumbrado a transitar diariamente puede cambiar de la noche a la mañana por algún nuevo vallado de obra, alguna nueva demolición o quién sabe que más. Estas son cosas que uno experimenta constantemente en cualquier ciudad china dónde la plata y la ambición intentan comprar lo único que no se puede comprar ni con ambas combinadas, el tiempo.

Chengdu no es la excepción, y fue listada el año pasado entre las 20 ciudades del mundo con crecimiento más acelerado. Seguramente esto es extremadamente beneficioso para mantener un sistema económico y un país en funcionamiento, a la vez que alimenta la incesante sed de consumo cuyo germen se siembra todos los días a través de los medios y la publicidad. ¿Pero hasta que punto se comprende el costo que se paga por tan exorbitante y desmedido crecimiento? Desde un nivel macro, es claro, cielos que perdieron el azul, un aire denso de partículas de polvo, ríos contaminados, atardeceres descoloridos, etc

Pero hoy voy a citar un ejemplo micro. En China el gobierno, debido al crecimiento a rienda suelta, no pone restricciones para la construcción. Es decir, se puede construir 24hs al día de lunes a lunes. Mientras haya plata, demanda y ambición uno puede construir lo que quiera sin interrupción. La construcción sin límites es una de las principales causas de polución en el país, tal es así que por primera vez el año pasado comenzaron a restringir la cantidad de obras por ciudad. El aire está desbordado de partículas de polvo, claro que no las vemos delante de nuestros ojos pero basta con no barrer el piso de casa dos días, ni pasar la franela por los muebles para ver cómo las capas de polvo se acumulan de varios milímetros en muy poco tiempo y ahí uno toma conciencia de la dimensión del problema. En invierno raramente llueve, y se necesita de varios camiones que van derrochando millones de litros de agua por toda la ciudad, con una poderosa manguera que lava las copas marrones de los árboles y los arbustos de los bulevares cuyo verde desaparece en cuestión de horas bajo la tierra acumulada. Ese es el aire que respiramos.

El otro efecto es el ruido. Nadie, dentro de la locura que se vive, parece contemplar en lo más mínimo el derecho básico a descansar de noche. Mi edificio está ubicado en el centro de la ciudad, en una zona residencial, es decir, rodeado de muchos edificios donde la gente principalmente vive. Al ser una de las zonas de mayor valor de la ciudad, cada terreno es codiciado por todos los "desarrolladores" (es el nombre digno que el sistema económico mundial hoy designa a los buitres que viven de la especulación inmobiliaria) al acecho. Hace unos 4 meses finalmente alcanzaron el terreno pegado a mi edificio y comenzaron una nueva obra. Dicha obra avanza sin restricciones, desde hace 4 meses apenas se puede descansar, ya que la obra avanza a cualquier hora. Excavaciones, hincado de pilotes, martillazos, fierros que se desmoronan, hormigonado, obreros gritándose instrucciones, grúas... son los sonidos que atormentan con total impunidad durante día y noche hasta a veces las tres o las cuatro de la madrugada, para luego retomar a las siete.

No me cuesta comprender cómo la avaricia de los "desarrolladores" no cuenta ni con la más mínima humanidad, pero sí me cuesta mucho comprender cómo en un barrio entero de gente (en un país donde no es precisamente sumisa) que rodea las obras, y se ve damnificada por el ruido en su único momento preciado de descanso, no hace nada para quejarse y/o rebelarse contra ello y que la vida continúe en la más absoluta...¿normalidad? No dejo de creer que somos tan animales de costumbre que hacemos la normalidad de lo que debería ser inadmisible.

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